¡No es la espera!
Es el destierro
Que a mi alma obligaste,
De mi cuerpo.
Eres el pecado vicioso, el deseo que jamás faltó, el orgullo que aún tengo. Mi apasionado triunfo, una utopía. ¡Oh, fiel dolor! Que cada madrugada en la que un recuerdo me castiga, es por amor.
Te escribo con la misma alma que una vez vibrante por inocencia estúpida te amó. No habrá sol, ni lluvia, porque jamás existirá en la misma línea tú nombre con el mio en son de unión. Te amo tanto que duele no poder tener rencor ni siquiera a mi ceguera, ni a mi necedad. Jamás dejaré de quererte, pero sí dejaré de desearte, fruto prohibido: porque gracias a tí conocí lo que al alma le llena así como le enseña a no saciar jamás.
¡Mi pecado! Serás.
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